«La grandeza nace de pequeños comienzos»
Bienvenido a La Hermandad, la newsletter de Fitness Real.
Una newsletter dedicada exclusivamente a ayudarte a alcanzar la persona que sabes que puedes llegar a ser.
Espero que la disfrutes, que aprendas y que luego lo pongas en práctica.
Y gracias de corazón por estar ahí una semana más.
¡Empezamos!
¿Alguna vez has intentado dejarte el pelo largo?
Si lo has hecho, sabes de sobra que hay un momento en el que las cosas se vuelven extrañas. Una etapa intermedia muy desagradecida en la que tienes el pelo demasiado largo para ser corto, pero demasiado corto para ser largo.
Estás entre dos aguas.
No te queda bien ningún peinado, tal vez algunas personas empiezan a hacer comentarios reafirmando que no estás en el mejor de tus momentos a nivel capilar, eres bastante autoconsciente de la situación y constantemente te replanteas si deberías desistir en tu intento de lucir una melena sedosa digna de un anuncio de Pantene.
No pasa un día en que no valores seriamente dejarte de experimentos y volver al estilo de siempre.
Al cómodo.
Al conocido.
Pero en el fondo sabes que necesitas aguantar y seguir adelante, ya que si no eres capaz de soportar la incomodidad de esta etapa intermedia…jamás podrás saber como quedarás con el pelo largo.
Ei, puede que te quede fatal, pero es algo que nunca sabrás si no lo pruebas al menos una vez en la vida.
Vale, tal vez te estás preguntando por qué te estoy hablando del pelo en esta newsletter.
Pues porque la situación que te acabo de explicar ocurre también en muchos otros ámbitos de tu vida. Y, especialmente, en el desarrollo personal.
Y de eso quiero hablarte en La Hermandad de hoy.
Quiero hablarte del capítulo de la soledad.
Imagina que un día decides que la situación en la que estás te es insuficiente. La gente con la que te rodeas, los hábitos que tienes, las acciones que llevas a cabo, los resultados que obtienes y la persona que eres…ya no te bastan.
Notas ese potencial latiendo dentro de ti del que hablo tan a menudo, y decides responder a la llamada que sale de tu interior.
Empiezas a realizar cambios sutiles en tu vida, intentas mejorar un poco los puntos que notas que te lastran, implementas algunas acciones que están más alineadas con la persona que quieres ser y al principio todo va sobre ruedas.
Notas un poco de resistencia, pero estás con las pilas cargadas y se abre delante tuyo todo un abanico de oportunidades y metas por cumplir.
Hasta que de repente llega un punto en el que tu progreso empieza a crear ciertos efectos negativos a tu alrededor. Especialmente en la gente que te rodea. Porque estas personas tenían un vínculo con la persona que eras antes.
No con la persona en la que te quieres convertir.
No con la persona que estás construyendo.
Al dejar de ser la persona con la que los demás te identificaban, sales de la caja en la que te habían metido y te escapas de la idea que tienen de ti, las cosas suelen ponerse tensas.
Porque el hecho de que avances hacia tus metas puede poner delante de los demás un espejo en el que se ven reflejados nítidamente. Y cuanto más brilles, mejor se verán a ellos mismos en ese espejo por lo que son.
Y a veces…esa imagen no gusta.
Porque se dan cuenta que tal vez no están haciendo nada de provecho, mientras que tú sí lo haces. Saben que estabais en el mismo sitio, pero tú has decidido avanzar. Y eso deja preguntas en el aire muy incómodas.
¿Por qué yo no estoy haciendo nada?
¿Por qué él ha podido y yo no?
¿Por qué no asumo la responsabilidad que tengo para con mi vida?
En ese momento es muy común que, de forma consciente o inconsciente, te quieran hacer volver al sitio que, para ellos, les resulta cómodo que estés. A su lado. Quietecito. O, mejor aún, un poco por detrás (si no es mucho pedir).
En vez de hacerse preguntas a ellos mismos, las dirigen hacia ti.
¿Vas a ir al gimnasio hoy también? Para qué tanto esfuerzo si tampoco se te nota..
¿Vas a pedir ensalada? ¿No empiezas a estar un poco obsesionado?
¿No te vienes a desfasar hoy? De verdad, que soso te estás volviendo…
¿No quieres una calada? Bah, de algo hay que morirse….
Y ahí empieza el capítulo de la soledad.
Cuando dejas de encajar con la gente con la que solías pasar la mayor parte del tiempo. Porque has cambiado, estas personas ya no resuenan con quién eres ahora. Y ambos lo notáis.
Pero a su vez aún estás en una especie de limbo en el que todavía no has cimentado la persona que quieres ser y no te has ganado el «derecho», por decirlo de alguna manera, de crear un nuevo grupo de personas afines a la persona que estás construyendo.
Y te sientes solo.
Muy solo.
Y cuando eso ocurre, el impulso de abandonar el viaje que has empezado se vuelve cada vez más fuerte.
¿Debería dejarme de tonterías?
¿Debería dejar de intentar mejorar?
¿Debería volver atrás y seguir con los de siempre?
¿Tiene sentido todo lo que estoy haciendo?
¿Me sentiré así siempre?
Con esta reflexión simplemente te quiero animar a que, si estás en este capítulo de tu vida, sigas adelante.
Que la soledad que experimentas es normal.
Y necesaria.
Y pasará.
Te lo prometo.
Debes entender que el desarrollo personal está ligado a una pérdida. De tus antiguos valores, creencias, hábitos, identidad e incluso de gente que te lastraba. Esa es la razón por la que el crecimiento, a menudo, tiene gusto de tristeza, dolor y soledad.
Pero más allá de esto está la persona que quieres ser.
Que sabes que puedes ser.
Que tienes el deber de construir.
Por lo que te lo repito una vez más: sigue adelante.
En unos años mirarás atrás y pensarás: «Menos mal que tomé la responsabilidad de hacer lo que sabía que debía hacer, porque no cambiaría por nada del mundo la situación en la que estoy ahora».
La semana pasada os pregunté: «¿Cuál es vuestro mayor remordimiento? ¿Qué habéis aprendido de él?»
He recibido una cantidad ingente de respuestas.
Pocas ediciones de La Hermandad han tenido tanta interacción por vuestra parte.
María Isabel justo ayer me decía: «Mi mayor remordimiento es haber estado 3 años de mi vida (entre los 25 a los 28 años) tomando drogas prácticamente todos los fines de semana. He aprendido a no desconectar nunca tanto de mí misma y que si salí de eso, podré con muchas más cosas».
Malen comentaba: «Uno de mis mayores remordimientos es haber sido muy criticona y chismosa. Me da mucha vergüenza y no me gusta nada esa yo del pasado, y aunque lo acepto y me perdono, me da pudor recordarlo. Intento enmendarlo educando a mis hijos a no criticar, sobretodo físicamente, y aceptar a la gente tal y como es».
Ángel dice algo que ha resonado particularmente conmigo: «Mi mayor remordimiento es regañar a tu hija de 5 años por la chorrada más absurda, parar 1 segundo y darte cuenta que acabas de pagar «tu mal día» o cualquier otro motivo con la persona más importante de tu vida y que más quieres. Aprendes rápidamente a entrenar la paciencia para que ese segundo entre antes de reaccionar».
Lorena escribe: «Mi mayor remordimiento fue no llamar a mi hermana la noche que murió de un infarto fulminante. Me sentía agotada y me dije que lo haría al día siguiente. Mi gran aprendizaje fue que no hay que dar nunca mas por sentado el hecho de que habrá una «próxima vez» y despedirme siempre como si fuera la ultima».
Gracias a todos por participar una semana más, de corazón.
La semana que viene, siendo la última newsletter del año, haré una reflexión muy relacionada con los remordimientos y la culpabilidad y espero que os sirva.
Pero hasta entonces, os dejo con las preguntas de esta semana (y la última que podréis responder en el 2023):
¿Qué problema has tenido en tu vida y se ha vuelto mucho peor al ignorarlo?
¿Por qué lo ignoraste?
Si quieres, compárteme tus respuestas contestando desde aquí.
Los leo todos.
Gracias a todos por participar una semana más.
Hay un canal en Youtube que me encanta y que me gustaría recomendaros: Better Ideas.
Tiene muchos vídeos interesantes, pero uno de los que personalmente más me gusta es el que habla de la Aceptación Radical, un concepto increíblemente útil para navegar el día a día de forma mucho más productiva y que me ayudó a navegar la época más difícil de mi vida y salir a flote de ella.
Es un término que me gustó tanto que se acabó colando en las páginas de mi libro «Atrévete a ser más».
Está en inglés (aprended inglés, es importantísimo), pero creo que se entiende muy bien y además tiene subtítulos. Mirad el vídeo, que el mensaje es importante y vale la pena.
Esta semana te traigo dos vídeos. ¿Listo para que te explote la cabeza?
Me gusta mucho la astronomía (que no astrología) y este vídeo es un ejemplo claro de la razón por la que me fascina tanto.
La Tierra gira alrededor del Sol junto con otros planetas. Esto es el sistema solar. Hasta ahí todo correcto. El sistema solar está dentro de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Se estima que tiene cien mil millones de estrellas, aunque algunos astrónomos ponen la cifra en cuatrocientos mil millones.
La galaxía más cercana a la Vía Láctea se llama Andrómeda.
Vale, ahora viene lo heavy: en el vídeo que tienes a continuación puedes ver la fotografía más grande jamás hecha a la galaxia de Andrómeda. No, perdona, a un trocito de la galaxia. Es una fotografía que ocupa más de 4 gigas.
Cuando mires el vídeo y veas el zoom de la fotografía verás que está toda llena de puntitos. Cada uno de esos puntitos es una estrella. Cada-uno-de-ellos. Y cada una de esas estrellas puede contener varios planetas.
Y esta inmensidad que casi no se puede entender de forma racional solo es un pedacito diminuto de una galaxia de tamaño medio. Se estima que el universo observable tiene unos 125 billones de galaxias (billones americanos, es decir mil millones). La galaxia más grande conocida se llama IC 1101 y se estima que tiene una masa de 100 billones de estrellas.
Es espeluznante pensar en eso. Y fascinante a la vez.
El universo es increíble.
PREGUNTA:
Víctor ¿Dónde está la línea entre ser pesimista y ser realista?
RESPUESTA:
Pues es una línea bastante gruesa, la verdad.
Yo soy un realista acérrimo, y no son pocas las personas que me han dicho que, en realidad, soy un pesimista encubierto.
Nada más lejos de la realidad.
La principal virtud del realista es que ve la vida tal y como es, no como le gustaría que fuera. Y ajusta sus expectativas a lo que tiene en frente y sigue adelante con lo que la vida le ofrece. Ni más, ni menos.
Hace todo lo que puede con lo que tiene, pero sabe que hay cosas que no puede modificar ni alterar. Y está en paz con ello. Asume la responsabilidad que tiene y la carga con esfuerzo y dignidad.
El pesimista es derrotista, exagerado, reactivo.
El realista es objetivo, sosegado, proactivo.
Como decía ese poema corto de William George Ward:
El pesimista se queja del viento.
El optimista cree que cambiará.
El realista ajusta las velas.
El pesimista cree que todo irá mal.
El optimista cree que todo irá bien.
El realista valora que algunas cosas pueden ir bien y otras pueden ir mal. Y al conceptualizarlo en su mente y aceptarlo como una posibilidad más que factible, es capaz de prepararse y que no le pille por sorpresa.
Déjame ponerte un ejemplo de realismo completamente alejado del pesimismo.
Una vez al salir de uno de los exámenes del grado superior en dietética me preguntaron cómo me había ido. Y respondí sin dudar «voy a sacar un diez».
No estaba siendo optimista.
Ni prepotente.
Estaba siendo realista.
Porque había estudiado como un condenado, me encantaba la asignatura y todas las preguntas del examen me las sabía. No había dudado ni un instante. Y sabía perfectamente que había hecho un examen redondo.
Y, efectivamente, saqué un diez.
Para acabar, creo que la persona realista normalmente es la que ha tenido ciertas experiencias que le han hecho ver, sin duda alguna, que la vida no es justa.
A veces pasan cosas que nos elevan y otras que nos arrastran a las profundidades.
El realista está abierto a todo el abanico de posibilidades que ofrece la vida.
Está abierto a la vida y está en paz.
Porque sus expectativas para con ella están muy comedidas.
Ya que sabe que la tierra que existe entre la realidad y las expectativas que tenemos de la realidad es donde crecen las mayores frustraciones.
El optimista sueña.
El pesimista se queja.
El realista actúa.